
Acercaos todos los lugareños que querais escucharme, invitadme a una jarra de cerveza y yo complaceré vuestros oidos con mis historias en el calor de esta entrañable taberna.
En estos tiempos de valerosos caballeros y grandes batallas, donde los viajeros traen grandes historias de épicas batallas, increibles conquistas y eternos asedios, yo os traigo el entrañable relato de una persona humilde, sin grandes azañas a sus espaldas, pero de corazón bravo y alma de luchador. Este hombre se hace llamar Augusto, y se gana la vida labrando sus humildes tierras. Poseía dos anegadas de terreno en las duras tierras del norte. Son tierras difíciles para el cultivo pues el frio govierna con brazo firme, destrozando cosechas enteras y llegando a menudo a ser mortal para el ganado o incluso las personas. Con lo que saca de ellas alimenta a su familia, sus gallinas, tres corderos, un burro y una vaca.
En este inhospito ambiente a nacido y crecido Augusto, un hombre bondadoso que ama a su familia y cuida de sus animales y tierras. Cada día se levanta antes del amanecer, antes incluso del canto del gallo. Se atavía con el mejor abrigo que es capaz de ponerse y armado con su azada, o con el utensilio que necesite cada día, y lucha durante horas contra la tierra por conseguir después de unos meses algo de alimento. Algo con lo que poder comer y si puede ser guardar para el futuro incierto en el que todos vivimos. A veces ha conseguido guardar incluso para vender y sus hijos han conseguido ganar unos kilos de más, pero estas son las menos. La mayoría de veces debía saber administrar lo poco que consigue para que su familia pueda comer algo cada día.
A su dura vida hay que añadir el pago que debía hacer periódicamente a su señor feudal, Ricardo el Justo. Ese del que tantas canciones se relatan, que tan noble y valeroso se nos muestra y que tantos logros ha conseguido para nuestro pueblo, ese sobre cuyo nombre escupo. Pues soy suficientemente mayor como para no tener que preocuparme ya por las consecuencias de mis actos. Tenga o no dinero o especias, Augusto debía pagar sin demora su tributo. Y siempre lo ha hecho sin rechistar.
Puede que las gentes de esta zona no lo sepais pero hace tres años una gran helada invadió las tierras del norte y todavía a día de hoy no las ha abandonado. Muchos campesinos murieron cultivando bajo la nieve o por falta de alimento, y con ellos el resto de su familia y su ganado. El pueblo no sabía que hacer y con el paso del tiempo empezaron a pensar que una situación tan insólita y desgraciada sólo podía ser obra de una maldición. Muchos echaron la culpa al señor feudal por su despotismo y creyeron que Dios le había castigado a él y a sus tierras. Se inició un malestar que se reflejó en los impagos de los tributos, en los insultos a los recaudadores e incluso en el asesinato de alguno de estos.
Augusto no era amigo de pensar mucho, y no quería darle vueltas a los motivos de esa helada. Sabía que pasara lo que pasara él tenía que seguir levantándose antes que el Sol y seguir endureciendo sus manos día a día para poder comer, sólo que ahora tenía que hacerlo con más esfuerzo que nunca. Además tampoco era amigo de los problemas pues ya convivía con bastantes. Simplemente anhelaba un poco de paz, un hogar cálido y una familia que le quisiera.Es por esto que cuando le pidieron su opinión se mostró al margen. Eso no fue visto bien por algunos campesinos vecinos.
Un día se encontraba Augusto labrando sus tierras, como cualquier otro día, y vio acercarse un caballo desorientado. Llevaba sobre él una persona repostada sobre su lomo, inmovil. El caballo llegó a su terreno y el hombre cayó. Al acercarse Augusto descubrió que era el cobrador de tributos y que estaba malherido. Lo entró en su casa e intentó recuperarlo, pero después de horas sin recuperar la consciencia falleció. Dió santo sepulcro a sus restos y se dirigió al pueblo a informar a las autoridades del fallecimiento.
Al llegar descubrió gran alboroto. Preguntando qué sucedía descubrió que las autoridades estaban buscando al asesino para ahorcarle. Él informó de que el cadaver se hallaba en sus tierras y por lo visto se lo comunico a la persona menos indicada. El encargado de notificar a las autoridades esta noticia también estaba convencido de que Ricardo el Justo era el culpable de esta maldición y estaba a favor del asesinato cometido. Decidió encubrir al asesino, a quien conocía, y eligió acusar a Augusto, pues no estaba involucrado en ninguna de las tramas políticas ni tenía ningún lazo con el pueblo. Nadie protestaria por su muerte.
Cuando el Sol se encontraba en lo más alto de otro día helado, apareció una cohorte de caballeros en los terrenos de Augusto. Éste les recibió gentilmente y les preguntó por el motivo de su visita, creyendo él que venían a confirmar el sepulcro del cobrador de impuestos. Cual fue su sorpresa cuando le detuvieron por el asesinato del mismo. No pudo ni despedirse de su familia. Fue atado de manos y montado en un carro descapotado. Por el camino le obligaban a callar en sus continuas súplicas y afirmaciones de inocencia. En este trayecto descubrió que sus muñecas no estaban firmemente asidas, por lo que estuvo forcejeando contra sus ataduras. La fuerza que le había proporcionado el campo le permitió desatarse. Entonces, cuando el guardia que le acompañaba en el carro estuvo confiado mirando los prados, le asestó un fuerte golpe en la sien con el puño cerrado que le hizo caer sin sentido por el lado del carro, siendo pisado por las ruedas del mismo.
Antes de que el resto descubrieran qué estaba pasando, aprobechó su factor de sorpresa para saltar por el lado contrario del carro del que había caido el soldado y perderse por la vegetación. Los soldados tuvieron que parar sus caballos y desmontar mientras Augusto corría como alma que le perseguía el demonio. Cuando éstos quisieron buscarle ya no le encontraron.
Decidieron entonces como castigo detener a su mujer por cómplice de asesinato, y expropiar sus tierras. Pidieron la orden al gobernador y volvieron a las tierras de Augusto. Cuando llegaron aporrearon la puerta y gritaron que abrieran. La puerta obedeció pero no encontraron a una mujer al otro lado, sino a un enorme capesino con dos hachas. Pues aunque Augusto no era amigo de pensar, no era tonto, y adivinó el castigo que le esperaba a su familia por su huída. Antes de saber qué estaba pasando el primer soldado tenía la cabeza abierta en dos. Otros dos soldados que le acompañaban tiraron a desenfundar sus espadas pero sendos hachazos en el pecho no les permitieron alcanzar su objetivo. Otros dos soldados, estos montados a caballo, se lanzaron contra él, con el arma ya en mano. Augusto lanzó el hacha de su mano derecha hacia uno de ellos con tal fuerza y destreza que ésta le partió el corazón y el cuerpo salió despedido del caballo. El otro iba decidido a atropellar al campesino y este corría gritando hacia él como si quisiera envestir y tumbar al caballo. Cuando el soldado ya estaba cargando el brazo para rebanar la cabeza de Augusto, éste se agachó y con un seco giró sesgó las piernas del caballo, consiguiendo que el soldado volara de cabeza contra la fachada de su casa.
Ahora Augusto sabía que ese ya no era su lugar. También sabía que no había hecho nada malo para merecer esta situación, pero que le había salido de ese modo y no pensaba rendirse sin luchar. Él sólo quería una vida tranquila, estando dispuesto a sacrificar su físico y aguantar las penurias del campo por conseguirlo, pero en cambio su falta de implicación por alejarse de los problemas le metió de lleno en ellos. Ahora que ya estaba metido hasta el cuello no podía desvincularse, por lo que en vez de arrepentirse de lo sucedido ni lloriquear por el modo en que había salido todo a pesar de no merecerlo, decidió seguir adelante. Recogió todo lo que buenamente pudo, lo cargó en su carro y junto con su familia partió hacia tierras más al sur, donde los campos fueran más fértiles, donde nadie le conociera y donde pudiera conseguir por fin la paz.
Hoy en día sus hijos crecen sanos y fuertes, sus campos producen comida suficiente para alimentar a su creciente ganado y su mujer comercia con los frutos de este esfuerzo para tener comida en los tiempos de hambruna. Cada noche cuando vuelve a su casa le espera una cálida hoguera, un plato caliente y una cerveza, pero sobretodo una sonrisa de su mujer y sus hijos. Supo luchar cuando todavía no era demasiado tarde y ahora Augusto por fin es feliz.
Agradezco que me hayan escuchado y espero haber pagado con este relato la cerveza a la que me han invitado. Son gentiles en este pueblo y buenos oyentes. Ahora debo partir en busca de nuevos oídos que quieran hacer volar su imaginación en compañia de este anciano viajero. Si la dama muerte me respeta volveré aquí con nuevas historias y pasaremos otra agradable velada a la luz de la hoguera. Saludos y hasta pronto!
2 comentarios:
CAMBIA el color del fondo o de las letras ¡¡¡¡¡
NOS QUIEES DEJAR CIEGOS ¡¡¡¡
cobayaman cobayaman
secundo,secundo!
Mireia
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